Los Santos Maestros de la Oracion

1. Jesús, modelo de oración 27 la cruz y la disponibilidad completa de quien se deja comer. Por lo tanto, se trata de una revelación que permanece inaccesible a los espíritus orgullosos y a los corazones duros, pero que, en cambio, está abierta a los pequeños. A través de la Eucaristía Dios «dispersa a los soberbios y enaltece a los humildes, llenó a los hambrientos y a los ricos los despide vacíos» (Lc 1, 51-53). En la acción de gracias de la Última Cena, Jesús puede, pues, alegrarse en el Espíritu Santo y repetir las palabras ya dichas una vez: «Te doy gracias, oh Padre, Señor del cielo y la tierra, porque escondiste estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito» (Mt 11, 25, Lc 10, 21). En esta nueva circunstancia estas palabras reciben toda su plenitud de sentido. 3.5.3. Sacrificio de acción de gracias No menos estrecha es la relación de la oración de la Última Cena con la acción de gracias pronunciada delante de la tumba de Lázaro. Exteriormente, es cierto, los dos episodios parecen muy diferentes: por una parte, una oración hecha al aire llibre delante de una tumba, y por otra, una comida tomada juntos dentro del Cenáculo. En realidad, sin embargo, en ambos casos se trata de afrontar la muerte y de vencerla. En el primer caso, Jesús debe afrontar la muerte de Lázaro; en el segundo caso, afronta su propia muerte. A través de los gestos y las palabras de la institución, hace presente de manera anticipada su propia muerte: el pan partido se convierte en su cuerpo entregado; el vino se convierte en su sangre derramada. El mayor símbolo de la Eucaristía, sin embargo, va más allá de la muerte, porque transforma la muerte en ocasión de don de sí mismo por los demás. Y esta trasformación de la muerte es una completa victoria sobre la muerte. Por sí misma, la muerte es una ruptura de las relaciones entre las personas; la Eucaristía, por el contrario, pone la muerte al servicio de la comunión entre las personas. En el don total de sí el amor supera a la muerte y produce una vida nueva, extremadamente fecunda. En ambos casos —el de Lázaro y el de la Última Cena— la acción de gracias tiene lugar de manera anticipada, es decir, antes de la victoria sobre la muerte. Esta semejanza nos sugiere que comprendamos la acción de gracias de Jesús en la Última Cena a la luz de su acción de gracias ante la tumba de su amigo, por lo tanto, que la comprendamos como una acción de gracias anticipada por la victoria sobre la muerte: «Padre, te doy las gracias porque me has escuchado. Te doy las gracias porque sé de antemano que me das la victoria sobre la muerte, para mí y para todos. Te doy las gracias porque has puesto en mi corazón toda la fuerza de tu amor, capaz de vencer a la muerte, transformándola en ocasión del don más completo y perfecto que exista. Gracias a la fuerza del amor, mi cuerpo, a través de la muerte, se convertirá en el Pan de la Vida, Pan vivo y vivificante. Todos podrán recibir este don por medio del pan eucarístico. Padre, vengo a ti en agradecimiento por este maravilloso acontecimiento».

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