Los Santos Maestros de la Oracion

I. EN LA ESCUELA DE LA REVELACIÓN 26 quien os dio el pan del cielo, sino mi Padre que os dará el pan del cielo, el verdadero; el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo» (Jn 6, 32-33). El primer aspecto de la Eucaristía es que es un don del Padre: «Mi Padre os da el pan del cielo». Este don del Padre se cumple a través de Jesús: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo... y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo» (Jn 6, 51). La acción de gracias de Jesús se extiende a este aspecto del acontecimiento: «Te doy gracias, oh Padre, porque, a través de este pan que yo tengo entre mis manos, me convertiré a mí mismo en pan para la vida del mundo. Te doy gracias por haberme dado un cuerpo que puedo transformar en alimento espiritual; por haberme dado las manos para hacer este regalo; por haberme dado un corazón lleno de amor que desea ardientemente (cf. Lc 22, 15) hacer este don completo de mí mismo». Este pan es un don «para la vida del mundo». Jesús no limita su mirada al pequeño grupo en torno a él; pedirá a los apóstoles que repitan lo que hace él mismo: «Haced esto en memoria mía» (Lc 22, 19; 1Cor 11, 24.25). La acción de gracias de Jesús está, pues, en el origen de una nueva multiplicación del pan. Aunque esta multiplicación no se produce inmediatamente, sin embargo, está prevista y es más sorprendente y más importante que la multiplicación de los panes que tuvo lugar en el desierto. En realidad, el objetivo principal de la multiplicación de los panes en el desierto no era saciar a unos miles de personas, sino el de prefigurar la multiplicación del pan eucarístico. Dando gracias, Jesús hace posible esta distribución ilimitada: «Padre, me uno a ti con inmensa gratitud, para que me hagas el pan de vida, dado para la vida del mundo, que se multiplique hasta el infinito y en beneficio de todos». 3.5.2. Pan ofrecido «a los pequeños» Si comparamos ahora la acción de gracias de la Última Cena con la acción de gracias exultante referida por Mateo (11, 25) y por Lucas (10, 21), no es difícil ver una gran semejanza de perspectiva. Lo que Jesús está a punto de hacer corresponde exactamente a la revelación que el Padre tiene escondida a los que se creen inteligentes y sabios, mientras que la comunica a los pequeños. Ya en Antiguo Testamento la Sabiduría ofrecía su pan y su vino a quien se reconocía pequeño e ignorante: «¡Venid, comed mi pan y bebed el vino que he preparado» (Prov 9, 5). Del mismo modo, Jesús propone a los pequeños el pan del cielo, el pan de la sabiduría paradójica de Dios. Este pan no es acogido por los soberbios y por los sabios de este mundo, porque es el producto de un servicio humilde y pone en el camino del servicio humilde. Jesús afirma: «El que quiera hacerse grande entre vosotros que se haga vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, que se haga vuestro esclavo; igual que el Hijo del Hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20, 26-28). El pan eucarístico, partido para alimentar a los pobres, representa, y más aún, «hace presente», la etapa última del servicio humilde, la humillación extrema de la muerte en

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