Los Santos Maestros de la Oracion

I. EN LA ESCUELA DE LA REVELACIÓN 24 (Jn 11, 41: Pater, eucharistõ soi). Sin embargo, la situación es aún más paradójica que la del episodio anterior. Entonces se trataba de encontrar suficiente comida para la gente que corría el riesgo de desfallecer en el camino (cf. Mt 15, 32). Ahora, en el caso de Lázaro, ya no se trata de un simple peligro, todavía evitable, sino de una desgracia humanamente irremediable: la muerte. El amigo de Jesús, Lázaro, ha muerto; ha sido enterrado también hace cuatro días; su cadáver emite mal olor (cf. Jn 11, 39); Marta y María están en el dolor. Jesús llega demasiado tarde. Marta, y luego María, le dicen: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto» (Jn 11, 21.32). Todos lloran, porque la muerte es un acontecimiento trágico, una ruptura irremediable. Jesús está profundamente conmovido, y llora también. En estas dolorosísimas circunstancias, se presenta ante la tumba, hace quitar la piedra y, ante la tumba abierta, levanta los ojos y dice: «Padre, te doy las gracias...». ¡Qué sorprendente es esta oración que contrasta tanto con las circunstancias! Para entenderla, debemos escucharla completa. ¿Cuál es el motivo de esta acción de gracias? Desde luego, no la muerte de Lázaro en sí mismo. Jesús afirma: «Padre, te doy las gracias porque me has escuchado. Yo sabía que tú siempre me escuchas, pero lo he dicho por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado» (Jn 11, 41-42). Jesús no da las gracias por la muerte, sino por el conjunto del acontecimiento, es decir, por la muerte como ocasión de victoria sobre la muerte, y por lo tanto, del crecimiento de la fe que da vida verdadera. Desde el comienzo Jesús ha querido la victoria sobre la muerte. Sin embargo, se ha dejado guiar por el Padre, seguro de que el Padre le llevaría a esta victoria. No se apresuró a ir a Betania para curar a Lázaro. La sucesión de los acontecimientos ha mostrado que la victoria, esta vez, no debía consistir en preservar a Lázaro de la muerte, curándolo. Jesús no llegó a tiempo para sanar a su amigo. Lázaro ha muerto y él se duele por ello. Sin embargo, Jesús no duda de la intervención del Padre, y con una plenitud extraordinaria de confianza filial, anticipa su agradecimiento a un momento en el que la escucha parece ya imposible: «Padre, te doy gracias por escucharme. Yo sabía que tú siempre me escuchas. Ahora no parece que has escuchado mi deseo de vida por mi amigo, pero estoy seguro de que me escuchas, dándome la victoria sobre la muerte». «Y habiendo dicho esto, gritó con gran voz: “¡Lázaro, sal fuera”. El muerto salió» (Jn 11, 43-44). En estas circunstancias, la acción de gracias adquiere un sentido muy fuerte, precisamente porque es anticipado. Es un testimonio extraordinario de la vida interior de Jesús, de su unión filial con el Padre en la más absoluta confianza, capaz de superar los obstáculos más terribles. La intimidad mutua del Padre y del Hijo se manifiesta aquí con una luz intensa. Es bueno para nosotros contemplar a Jesús en estos tres momentos de acción de gracias y dejarnos llevar por él en el gran movimiento de su amor filial, que es sobre todo un amor agradecido. En cualquier circunstancia, Jesús nos enseña a buscar la gracia escondida introducida allí por el Padre. Para nosotros, la búsqueda es a menudo difícil,

RkJQdWJsaXNoZXIy NzMzNzY=