Los Santos Maestros de la Oracion

1. Jesús, modelo de oración 29 Otros salmos expresar la gratitud del fiel que ha escapado del peligro (por ejemplo, el Sal 138: « Te doy gracias, Señor, de todo corazón; escuchase las palabras de mi boca»), o invitan a los fieles que han sido escuchados a que ofrezcan el sacrificio de acción de gracias. Así lo hace el Salmo 107, que describe varios casos de peligros y de angustia (en el desierto, en la cárcel, en la enfermedad, en el mar embravecido). Siempre se refiere que los fieles «gritaron al Señor en las angustias» y que él «los libró de su angustia» (vv. 6.13.19.28). Y el salmista nos invita siempre a agradecer: «Den gracias al Señor por su misericordia y por sus maravillas en favor de los hombres: ofrézcanle sacrificios de acción de gracias [en hebreo: toda] y proclamen con júbilo sus obras» (Sal 107, 21-22; cf. vv. 8.15.31). Esta es, pues, el esquema ordinario; y el sacrificio de acción de gracias viene al final, como feliz conclusión de una aventura que amenazaba con acabar mal. En el caso de Jesús, el elemento extraordinario es que ha puesto el sacrificio de acción de gracias al principio. Todos sabemos que la Última Cena, Jesús anticipó su muerte, cuando presentó a los Doce el «pan partido» y el «cáliz derramado»; de su muerte, pues, hizo un don, una ofrenda, un sacrificio; pero no somos suficientemente conscientes del hecho de que Jesús anticipó no sólo su muerte, sino también y sobre todo la acción de gracias final por su victoria sobre la muerte. Jesús puso al principio los elementos que normalmente vienen al final, es decir, la acción de gracias y la comida sacrificial ofrecido a todos los fieles. En su misterio, expresado y definido en la institución eucarística, la acción de gracias aparece como el aspecto más importante: se encuentra al principio, determinando la orientación del conjunto; y se encuentra al final como actitud definitiva (cf. Heb 2, 12, Sal 22, 23). En la Última Cena, Jesús transformó su muerte en sacrificio de acción de gracias. La Eucaristía nos debe hacer entender que, para Jesús, el aspecto principal de la pasión fue el de ser un don que él había recibido del amor del Padre (la pasión es «el cáliz que el Padre ha dado»: Jn 18, 11). Jesús recibió este don con gratitud; en cada momento de la pasión correspondió al amor generoso del Padre con un amor agradecido. Sólo así pudo llegar hasta el extremo del amor filial y fraterno (cf. Jn 13, 1). No hay otro camino. Y ahora, después de la resurrección, la vida de Cristo consiste en dar gracias al Padre en medio de la asamblea de sus hermanos (cf. Heb 2, 12; Sal 22, 23). Este es el sentido de nuestras Eucaristías. Tenemos que hacer todavía otra observación. En los casos ordinarios hay una distinción clara entre la situación de peligro, la liberación y la acción de gracias. En el misterio de Jesús, por el contrario, estas distintas fases se unen de una manera sorprendente, se entrelazan mutuamente. El peligro no se elimina desde el exterior; la muerte no se evita milagrosamente; pero el peligro, y más aún la muerte misma, son transformados desde el interior en medio de la liberación, y así suscitan desde el principio el agradecimiento. Si reflexionamos sobre ello, podemos entender que la acción de gracias se

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