Orar en la enfermedad y en la muerte

40 41 Afectados por la partida de un ser querido, somos llamados a estar unidos por la oración para mantener la esperanza. Frente a la muerte, seamos familia o amigos de la persona fallecida, tratamos de hacer todo lo posible para expresar el respeto y afecto debidos al difunto y a sus seres queridos. Es el momento de reunirse para estar junto a él, ya sea en casa, en el hospital o en cualquier otro lugar. Esta oración común es una acción caritativa que incumbe tanto a los laicos como a los sacerdotes. Nos permite llevar con Cristo el acontecimiento que nos conmueve y entrar, antes de los funerales, en un camino de esperanza. La oración por los difuntos se inscribe en la larga tradición de la Iglesia que, desde su origen, ha proclamado su esperanza y su fe en la resurrección, confiando a Dios a quienes acaban de dormirse en la muerte, con la certeza de que Jesús los llevará con él (1 Tes 4,13. 14). En las páginas siguientes, ofrecemos diferentes tipos de vigilias que se pueden llevar a cabo junto al difunto, en primer lugar, el oficio de difuntos. El lugar donde se celebre la vigilia influirá en la manera de vivirla. No se puede actuar de la misma manera en el tanatorio que en casa; también los gestos realizados, las canciones y la duración podrán variar. Sea en familia, con amigos o incluso en soledad –en este caso, cf. también las oraciones simples (pp. 7 a 13)–, es importante acompañar a aquel o aquella que entra en la novedad de la vida en Dios. Oficio de difuntos ◗ ◗ ◗ El oficio de difuntos puede celebrarse en cualquier momento del día, pero puede ser objeto de una vigilia en torno al difunto. Cualquiera que sea el momento, si la familia y amigos están reunidos, una persona asumirá la guía de la oración y distribuirá las distintas intervenciones (salmo, lectura, etc.). Si es posible, otra persona dará la entonación a las partes cantadas. Dios mío, ven en mi auxilio, R/ Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo… Himno Tú, Señor, que asumiste la existencia, la lucha y el dolor que el hombre vive, no dejes sin la luz de tu presencia la noche de la muerte que lo aflige. Te rebajaste, Cristo, hasta la muerte, y una muerte de cruz, por amor nuestro; así te exaltó el Padre, al acogerte, sobre todo poder de tierra y cielo. Para ascender después gloriosamente, bajaste sepultado a los abismos; fue el amor del Señor omnipotente más fuerte que la muerte y que su sino. Primicia de los muertos, tu victoria es la fe y la esperanza del creyente, el secreto final de nuestra historia, abierta a nueva vida para siempre. Cuando la noche llegue y sea el día de pasar de este mundo a nuestro Padre,

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